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miércoles, 23 de noviembre de 2011

El sabio Frestón

El sabio Frestón es un personaje del Quijote con el que Cervantes (y en su nombre el propio don Quijote) imita la presencia de seres dotados de cualidades sobrenaturales en los libros de caballerías. Los sabios y los magos, grandes conocedores de los encantamientos y de la magia, están presentes en la tradición caballeresca desde los más antiguos textos relacionados con el género. Por lo general puede haber dos tipos de magos: los benefactores y los opositores; mientras los primeros velan por el bien de los caballeros, los segundos buscan siempre la manera de obstaculizar las grandes hazañas de estos. En el Amadís de Gaula, el más venerable libro de caballerías y base fundamental de la parodia (y de la admiración) de Cervantes, el héroe se verá siempre protegido por Urganda la Desconocida, una sabia maga que tenía la capacidad de cambiar su aspecto cuando le convenía y hacerse así irreconocible (de ahí su sobrenombre), pero también debía guardarse de las malas artes de Arcaláus el Encantador, un perverso mago que tiene como meta hacer imposible el engrandecimiento de Amadís. A la estirpe de este último pertenece nuestro sabio Frestón, de quien dice don Quijote: «es un sabio encantador, grande enemigo mío, que me tiene ojeriza, porque sabe por sus artes y letras que tengo de venir, andando los tiempos, a pelear en singular batalla con un caballero a quien él favorece, y le tengo de vencer, sin que él lo pueda estorbar, y por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede» (Cervantes, Quijote, I, 7).
Entre las terribles hazañas del sabio Frestón se encuentra el encantamiento de la estancia en la que don Quijote tenía su biblioteca; al menos a los ojos de este, ya que, en realidad, los libros fueron quemados, en su mayoría, por el ama y la sobrina, tras la revisión y selección llevada a cabo por el cura y el barbero, amigos de don Quijote, que pretenden, con esta acción, evitar que la locura del héroe se acreciente, ya que piensan que esta es debida a la lectura continuada de libros de caballerías.

El sabio Frestón sobrevuela la aldea de don Quijote momentos antes de hacer desaparecer, por encantamiento, su biblioteca

Las propiedades del texto

LA ADECUACIÓN

            Se centra en la relación entre el texto y la situación. Un texto es adecuado cuando consigue el propósito comunicativo que se ha propuesto el emisor. Para lograr la adecuación, el texto deberá adaptarse a la intención comunicativa y al con­texto o situación en que se produce.
            La intención comunicativa que perseguimos se relaciona con la función lingüística dominante en el texto: referencial, si queremos informar; conativa o apelativa, si lo que buscamos es convencer al receptor, etc.
            Respecto a la situa­ción comunicativa, tendremos en cuenta el marco espacio-temporal (dónde se produce el acto comunicativo y en qué momento); el tema (general o específico) -y en relación con este, el canal (oral o escrito)-, y la idea que nos hacemos del recep­tor al que va dirigido (quién es o cómo lo imaginamos; qué relación tiene con nosotros; si forma un público o auditorio, o bien es un grupo de amigos; qué presupone­mos que sabe y qué desconoce; qué le resultará más fácil o más atractivo). Todo ello hace que seleccionemos una determinada información y un registro adecua­do -desde lo informal hasta lo formal-, que se concreta en aspectos como el tipo de léxico que empleamos, el uso de inter­jecciones, cursivas o comillas, la ironía, el empleo de tecnicismos, el tratamiento de tú o de usted, la presencia de recursos embellecedores o humorísticos, la utilización de ejemplos, etc.

LA COHERENCIA

            Esta propiedad del texto sirve para darle sentido, de manera que todos los elementos se relacionan para formar un significado global.
            Para que un texto sea coherente, en primer lugar hay que seleccionar la información necesaria para su comprensión, y prescindir de la que sea secundaria (esta selección se hace teniendo presente la situación comunicativa, para que el texto sea adecuado a esta). En segundo lugar, se debe organizar el texto con una estructura que le dé sentido.
            Junto con esta estructura interna, los hablantes tienen a su alcance unos moldes (o superestructuras) que se han fijado con el uso y que facilitan la producción e interpre­tación de los textos. Son los tipos de texto (descripción, narración, diálogo, exposición, argumentación): formas comunes a una serie de textos que tienen las mismas características y que, a su vez, dan lugar a géneros textuales o clases de textos distintos, como el poema, el chiste, la carta, las instrucciones de funcionamiento o la conferencia. Por ejemplo, si nuestra intención comunicativa es contar una anécdota o escribir un cuento, utilizare­mos la narración; para informar, el texto tendrá forma de noticia; etc. Todo tex­to debe tener una estructura interna para ser coherente, pero esta puede no ajusta­se a un tipo o apartarse parcialmente de él; además, en un texto se pueden combinar tipos de texto distintos.

LA COHESIÓN

            Tiene la finalidad de asegurar la relación entre los elementos del texto, así como la relación entre el texto y la situación extralingüística.
            Los mecanismos de cohesión fundamentales son la referencia, que es la relación entre un elemento o referente (objeto, persona, etc.) y otro que lo sustituye, con lo que se hace posible el seguimiento del tema, y la conexión, que exterioriza la relación de las ideas a través de los marcadores discursivos o conectores. Son también mecanismos de cohesión el uso de las formas verbales -la correlación lógica del tiempo y el modo verbal-, y también la entonación y la puntuación. Los principales mecanismos de referencia y de conexión son los siguientes:

La referencia se produce en los planos gramatical y léxico. Algunos de sus mecanismos son:
·         La deíxis, que conecta los elementos de la situación comunicativa por medio de elementos del texto, como los pronombres (personales, posesivos, demostrativos) o los adverbios (de lugar y de tiempo). A través de este proceso, el emisor se refiere a realidades que supone conocidas por el receptor (“Me siento bien aquí”).
·         La anáfora, que vincula un elemento a otro que ha aparecido anteriormente (el antecedente o referen­te). También se sirve de pronombres y de adverbios para su funcionamiento (“No me gusta la actitud de Juan, ya que él siempre juega con los sentimientos de los demás”).
·         La catáfora, en que se establece una relación entre un elemento y otro que aparecerá después en el texto (“Por fin llegaron todos: habíamos estado esperando a nuestros amigos desde el mediodía”).
·         La elipsis, por la que se suprime un elemento conocido que aparece muy cerca en el texto y que se puede recordar con la ayuda del contexto (“Nos dedicaremos ahora a redactar las cartas de los clientes más antiguos; las de los nuevos, esta tarde”).
·         La repetición de palabras: “Tenía un bolígrafo verde con el que corregía los exámenes de sus alumnos; el bolígrafo le resultaba imprescindible...”
·         Uso de sinónimos o de expresiones que puedan ser intercambiables: “Estaba enamorado de Almudena, y este sentimiento le hacía sentirse feliz”.
·         Uso de hiperónimos y de hipónimos. Los hiperónimos son palabras que engloban en su significado a diversas realidades de una misma especie, cada una de las cuales es un hipónimo: árbol (hiperónimo), sauce, naranjo, nogal, ciprés... (hipónimos).

La conexión se hace posible con los marcadores discursivos o conectores, que cohesionan enunciados, párrafos o apartados mayores, ordenándolos y estableciendo diversas relaciones entre ellos. Los marcadores discursivos son muchos y variados;  a continuación se incluyen algunos de los más usuales:

·         Los que sirven para organizar y estructurar la información

De iniciación y ordenación: para empezar, en primer lugar... en segundo lugar, por un lado... por otro, finalmente, para concluir...
Para introducir un tema o perspectiva: respecto a, en relación con, desde el punto de vista de...
Para introducir una digresión: a propósito, por cierto...
Para reformular (aclarar, ampliar o rectificar): esto es, mejor dicho, en otras palabras, de todos modos...
Espacio-temporales (referidos al propio texto): antes, arriba, hasta aquí, ahora, más adelante, luego, a continuación...

·         Los que muestran una relación lógica

De suma y refuerzo: asimismo, incluso, además...
De contraste (o contraargumentativos): en cambio, sin embargo, ahora bien, a pesar de, no obstante...
Para ejemplificar: así, por ejemplo, en concreto...
De causa: por ello, por lo cual, porque, a causa de...
De consecuencia: por tanto, por consiguiente, de ahí que, de modo que, en consecuencia...
De condición: si, a no ser que, en tal caso, siempre que...
De finalidad: a fin de que, con objeto de, para que...
Temporales y espaciales: cuando, una vez, entonces, después, mientras', delante/detrás, a la derecha/a la izquierda, al fondo, a lo lejos...

lunes, 21 de noviembre de 2011

"Ironías", de Juan José Millás

Ironías

Entre parado y preparado no hay más que un prefijo, distancia que, si nunca fue ex­cesiva, con la crisis se ha reducido hasta extremos insoportables. De hecho, ahora todos los trabajadores somos, en poten­cia, preparados. La recomendación tradi­cional de los padres (“hijo, debes formarte para estar preparado”) ha devenido en una ironía sangrienta, igual que la expre­sión “jamás hemos tenido una juventud tan preparada”. En efecto, nunca hemos tenido una juventud tan cerca de quedar­se en el paro; la mitad de los que acaben sus estudios este año se encuentran ya en situación de preparados. El significado se desliza por debajo de las palabras con el sigilo de una sombra asesina. Estar prepa­rado, que en otro tiempo quiso decir haber estudiado dos carreras y cuatro idio­mas, significa hoy encontrarse en la situa­ción previa al desempleo, en el umbral del paro, en la frontera de la desesperación laboral. Ahora que habíamos logrado vi­vir como si no fuéramos a morir nunca, vamos a la oficina con la certidumbre de que nuestro empleo es la antesala del desempleo. Por eso hay también más traba­jadores prejubilados que jubilados y contribuyentes más preocupados que ocupa­dos. Hubo un tiempo, ¿recuerdan?, en el que el prefijo de moda fue pos: nos encon­trábamos de súbito en la posmodernidad, en la poshistoria, en la era posindustrial o posanalógica. Parece mentira que un cam­bio de prefijo implique un cambio tan grande de cultura. Ahora todo es más pre­meditado que meditado, hay también más prejuicios que juicios y presentimos las cosas antes de sentirlas. Perdido su presti­gio el pos, nos hemos dado de bruces con el pre. Pero no imaginábamos, la verdad, un pre tan duro, un pre de premonición, sobre todo sabiendo como sabemos desde el principio de los tiempos que no hay presentimientos buenos, pues no existen los profetas de la dicha.
Juan José Millás, El País, 11 de noviembre de 2011